Hay situaciones que uno puede entender solo cuando crece de cuerpo, y no cuando maduras mentalmente. Madurar de cuerpo es cuando el pelo nos abandona y polulan desde nuestra cabeza a nuestra espalda, alojando folículos capilares en una oreja, en la nariz y en lugares inexplicables para un pelo, como la frente.
En este proceso de folículos capilares, la frente adquiere presencia, las cejas adquieren presencia enmarcando a los ojos y los ojos adquieren surcos que se despliegan en las sienes como sonrisas del tiempo.
La cosmetología define a la calvicie y a las arrugas como un proceso de envejecimiento, pero yo prefiero llamarlo "Cuando uno Crece de Cuerpo" o el entendimiento.
Este proceso es constante y a las madres les gusta marcarlo con una huincha en las paredes, donde cada centímetro constituye un logro, pero entre los 20 y 25 años los centímetros dejan de dar altura y dan grosor de panza y espalda, de pronto envuelto en este proceso, una porción de cabello decidió emancipar de su lugar de origen, ampliando la pizarra de mi frente, otorgándome una visión de un sector que no existía en mi cabeza y que no tenía contemplado descubrir.
Pelo a pelo, caída tras caída y poco a poco quedo a la vista un pequeño cráter, una cicatriz redonda difícil de describir, ya que no calza, pero se parece a una marca de sarampión ( de esas que las mamas piden que no rasquemos, por que dejan marcas).
La (auto)explicación de que es una marca de sarampión dejo tranquilo mi consiente e intranquilo a mi inconsciente.
Una noche, con calores y vientos de verano, junto con los cansancios propios de un trabajo, de un estudio y un carrete, con la cabeza tendida en la almohada, una gota de sudor recorrió el amplio pizarrón de mi frente, trazando una línea que choco e inundo el pequeño agujero de mi frente, enfriando mis sueños sumiéndolos en un poso de inquietud.
La hendidura inundada de sudor , convoco una serie de recuerdos infantiles borrosos y polvorientos, que incitaban a hurgar y agrandar este cráter cutáneo.
La intriga me llevo a indagar en mi historia, y como en las películas, volví a la casa de mis padres tratando de evocar imágenes infantiles, entro a mi habitación, que extrañamente sigue siendo mía después de años de no habitar o dormir en ella. Me tiro en mi cama infantil, adolescente, que ahora recibe visitas lejanas del sur, o amigos ebrios de mis padres incapaces de regresar a sus casas, me estiro en la cama y un pequeño descanso inunda mi cuerpo, pienso en esos días donde solo importaba conocer, pero no resisto mas de un minuto en esta quietud.
Recorro la habitación de pocos metros cuadrados, con mucha luz, pero no recuerdo nada. Abro el closet y encuentro ropa pequeña, juguetes, y una vieja caja de recuerdos (agrupados por mi madre), es una simple caja de zapatos negra, que podría definir quién soy o quien fui, o como llegue donde estoy, tiene juguetes sebientos con pitos agudos que estallan en los oídos de un apretón, un triste elefante decolorado, y una jirafa con un cuello tétricamente fálico envuelto en un preservativo de plástico decolorado por el tiempo y coronado con una cinta roja.
-- Jirafín llego a mi vida en un momento de ingratas e inentendibles enfermedades--
Doctores hambrientos, buscaban una enfermedad etérea y sin sentido, predicha y rebuscada por padres primerizos, doctores que solo dejaron recuerdos borrosos y los dientes amarillos por la experimentación de remedios insulsos, con sabor a talco con bicarbonato
--Nunca me gusto esa jirafa--, todos la apodaron Jirafín por una extraña mueca que hace con sus ojos mal pegados y turnios. --Jirafín es de esos regalos que no quieres tocar por que percibes lo inutil que es en un juego infantil--, sin articulaciones, sin ruidos, sin elasticidad ni ternura, no servía y por esto ha permanecido en su bolsa y con su cinta roja con la que llego en manos de un doctor que traía la solución a la enfermedad que solo algunas personas veían en mi...
4 nov 2009
La necesidad: Cuando se Crece de Cuerpo
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